Reseña de El Invencible Iron Man 3 de 3, de Michelinie, Layton y Romita Jr.


The Invincible Iron Man fue una de esas cabeceras del catálogo Marvel que mejor supo adaptarse a los primeros años de la década de los ochenta. Decir que pudo codearse con colosos de la época como el Daredevil de Frank Miller o la Imposible Patrulla-X de Chris Claremont no es para nada descabellado, y muchos otros lectores aparte de mí mismo lo pueden corroborar. El trabajo conjunto entre David Michelinie, Bob Layton y el jovencísimo John Romita Jr. destacó por renovar y refrescar al Hombre de Hierro, como en muy pocas ocasiones se ha visto dentro del mundillo. Grandes momentos y que han quedado marcados hasta la posterioridad, y que incluso han sido referenciados en múltiples ocasiones durante los años venideros, han hecho de esta etapa (quizás) la mejor del personaje en toda su trayectoria.


Estamos ante el tercer y último volumen de la más reciente recopilación de este material, traído de la mano de Panini Cómics en un nuevo formato que ha sido estrenado este mismo año. Cómo os comenté en las reseñas anteriores, se tratan de unos tomos en tapa dura con más de trescientas páginas, papel poroso al estilo Omnigold y encuadernación holandesa. Quitando el precio, que es ciertamente altísimo, considerando lo que contiene cada volumen, creo que esto de 'las Obras Maestras Marvel' es una muy buena oportunidad para descubrir las grandes etapas Marvel en la década de los ochenta, en un formato manejable y con muy buenos acabados. Y vaya, que queda de fábula en la estantería; tampoco nos vayamos a engañar...


Dejando las nimiedades a un lado, pues lo cierto es que no importa tanto el continente como el contenido, estamos ante un tercer volumen que solo puedo describir como catártico, dentro de las aventuras del Hombre de Hierro. Y es que la etapa del trio de oro al frente de las aventuras de Iron Man llegó a su fin mediante una serie de arcos argumentales espectaculares que bien podrían considerarse los mejores en toda su trayectoria. En lo personal, considero que este cierre brilla por seguir una fórmula similar a la vista en los números previos al Demonio en una Botella. Me explico: en aquellas historias iniciales, Michelinie y Layton orquestaron un 'in crescendo' argumental en el que la vida de Tony Stark se iba desmoronando poco a poco, perdiendo por el camino todo el control sobre sí mismo y entregándose a los placeres de la bebida hasta un punto de casi no retorno. 

En estos últimos compases de la etapa, como os digo, se siguió una fórmula en apariencia similar, aunque diferente en su planteamiento y finalidad. Si la primera vez sirvió para desmontar al héroe dentro de la armadura y volverlo a montar, en esta ocasión supone el fin de su estado de bienestar, devolviéndole poco a poco a un statu quo parecido al de etapas anteriores. Seguramente, esto se hizo así porque los guionistas quisieron lavar el patio de juegos antes de dejar entrar a su sucesor. Sin embargo, antes de hablar más en profundidad sobre ello, dejadme que os recuerde algo...


Bethany Cabe es la novia de Tony Stark en esta etapa, una guardaespaldas valiente y segura de sí misma, que nos ha regalado grandes momentos durante todas sus apariciones. Ella se ha convertido en una de mis secundarias favoritas de toda colección de superhéroes, y su relación con Tony Stark en una de las más entrañables que yo haya visto en el género. Sé que es una opinión impopular, pero es lo que siento. Su ayuda fue vital para que el protagonista pudiera salir de su ciclo de autodestrucción, de darse a la bebida, y desde aquel preciso momento se convirtió en su principal apoyo emocional. En la gran mayoría de tebeos subsiguientes, se vería a Tony vivir alegremente junto a su amada; pero bueno, supongo que todo tiene que acabar. Todo muere, como decía Hickman. 

Y es que, volviendo a lo que os estaba contando, mientras se desarrollaban otras historias, existía una línea argumental subyacente en la que Beth se iba de viaje a Alemania sin previo aviso después de recibir una misteriosa postal en su vivienda. Se trataba de su difunto marido, quien supuestamente murió en el pasado a causa de las drogas, pero que en realidad se hallaba secuestrado todo este tiempo en una base militar de la Alemania Oriental comunista, interrogado y torturado. Al recibir la noticia, la aventurera guardaespaldas trazó todo un plan de acción para el rescate; no obstante, no todo es tan sencillo como se esperaba...


Os podéis imaginar el drama que supone encontrarse vivo al que pensabas que era tu difunto marido después de haber rehecho tu vida con otro hombre; más dramático es todavía teniendo en cuenta que el propio Iron Man es el que aparece en última instancia para intentar salvarla, sin él saber lo que ocurría realmente en la base alemana; no sabía que ella estaba allí por cuenta propia, ni mucho menos era sabedor del estado de su marido. Bethany, por contrapartida, ya conocía la verdadera identidad del superhéroe, y es en el momento en el que Tony y ella se encuentran dónde le hace saber todo. Es un triple impacto emocional para el pobre Stark, uno del que muy difícilmente podrá recuperarse. 

Más allá de la infiltración a lo James Bond y de la batalla contra el Láser Viviente, este ciclo argumental se caracteriza por ser un obliterador emocional. Lo que yo no me esperaba es que, al final de todo este número, fuera a concluir la relación amorosa entre Tony Stark y Bethany Cabe de la manera más triste que se le ocurriera a la dupla guionista. Es la primera vez que una ruptura de un cómic me ha hecho sentir cositas, a decir verdad. Estoy bastante satisfecho con la historia que han compartido ambos personajes, aunque no os mentiría si afirmo que me molaría verlos juntos de nuevo en un futuro.


Si bien la ruptura con Bethany Cabe ha sido bajo mi punto de vista el momento más trascendental dentro de este volumen, no puedo fingir que esa es la historia más popular de todas las que vienen incluidas en su interior. La aventura que involucra a Victor Von Muerte y el reino mágico de Camelot es, sin lugar a dudas, la más conocida de toda la etapa, únicamente superada por la del Iron Man 128. Tan es así, que en su día en España se le dedicó un tomo unitario de Marvel Gold en tapa blanda fuera de la propia colección del personaje, algo que se le hacía únicamente a las historias más famosas de cada cabecera. La propuesta, juntar a los dos hombres con armadura del Universo Marvel en un mundo medieval, era tan obvia como interesante; y viendo el resultado que salió de dicha propuesta, todas las alabanzas que he visto hacia este arco están totalmente justificadas.


Esta aventura, desarrollada entre los números 149-150 de la colección, nos narra el devenir de un combate entre el Doctor Muerte e Iron Man, que por azares del destino termina teniendo lugar cientos de años en el pasado, en el medievo. Tal historia se halla fuera de la temática habitual de esta etapa, pues es un especial que se hizo para celebrar, precisamente, la llegada de un número tan especial como lo es el 150. Es por esta misma razón que dicho episodio contiene el doble de páginas que una grapa habitual, por lo que John Romita Jr. tiene espacio de sobra para desplegar todo su arsenal y entregar uno de sus mejores trabajos hasta la fecha. El tipo sabe plasmar a la perfección el mundillo medieval de Camelot, e incluso llegar a unas cotas de calidad que no vuelven a alcanzarse nunca más en esta etapa

Por otro lado, la caracterización que David Michelinie y Bob Layton hacen del Doctor Muerte es digna de estudio, pues sin ser un enemigo habitual del vengador dorado, consiguen hacer de él el mejor villano de toda la etapa en tal solo dos números. Parece mentira que hayan logrado que Iron Man y Muerte encajen tan bien entre sí, sobre todo teniendo en cuenta que son personajes de dos colecciones diferentes que en principio no tienen nada que ver. Uno es el enemigo clásico de los Cuatro Fantásticos y el otro es un superhéroe de segunda, un miembro fundador de los Vengadores; sin embargo, con esta historia parece que han sido archienemigos desde la creación de ambos personajes, cuando en realidad no ha sido así jamás. 

Mira que yo no he sido nunca un gran fan del Doctor Muerte como villano, e incluso he llegado a verlo como un personaje cansino, pero últimamente me está cerrando la boca con cada nueva aparición que hace. 


Hasta ahora, os he hablado de las dos grandes epopeyas que se contienen en este gigantesco volumen, de los ciclos argumentales más característicos que posee en su haber.  No obstante, el groso de historias que hay en su interior no se ve del todo representado con esas dos, pues la tónica habitual de la etapa es relativamente diferente al allí visto. 

Gran parte de lo que hace grande a la etapa de Layton y Michelinie es, precisamente, el foco que se le hace a la vida civil de Tony Stark como empresario multimillonario. Es algo que se ha explotado mucho en los otros tomos, pero en este la acción comienza a centrarse más allá de su figura, poniendo el foco sobre los empleados de la propia Stark Internacional. Es así como se empiezan a narrar una serie de ciclos argumentales coprotagonizados por algunos de los empleados más destacados de la compañía, entre los que se encuentran Scott Lang, James Rhodes, Vic Martinelli o Abby Arbogast, entre muchos otros que convierten al entorno del protagonista en un elemento más de la trama y no tanto en un mero escenario. 


Fuera de esos elementos tan característicos, lo último que resta por reflejar en la reseña es la evidente, pero inevitable caída en calidad que sufre la etapa en sus últimos compases. Tras todo de lo que os he hablado, poco a poco se comenzaron a marchar todos los que hicieron grande a esta serie, dejando tras de sí un vacío que, David Michelinie, sin la ayuda de Bob Layton tanto en el argumento como en el entintado, es incapaz de asumir. El resultado es la caída en picado de la serie en todos sus apartados, terminada de dilapidar con la marcha de John Romita Jr. a los lápices, en una serie de números bastante malillos y olvidables que no reflejan para nada lo que significó el resto de la colección. 

Es una lástima que los últimos números de tan maravillosa etapa tras uno de sus mayores picos de calidad fueran tan agonizantes, pero es un hecho que nos deja la interesante reflexión de que lo que hizo posible alcanzar estas cotas de calidad fue, en gran parte, por el trabajo conjunto de estos tres autores y no tanto por el talento individual -aunque también- de cada uno de ellos. Quizás por separado no habrían destacado tanto como sí lo hicieron trabajando en equipo. Puede que me equivoque, pero es la sensación que me da visto el panorama completo. 


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